22/6/08

El pasado que nos define




Antes de leer a Rimbaud, a Bukowsky o a Pessoa, antes complicarme tanto en ser cosas que no quiero ser o en buscar tesoros que no me interesa encontrar, antes de todo eso los dias eran mas llanos, como un pequeño jardin con sus briznas y sus insectos. Esos dias ya no estan, pero hoy que vuelvo a leer dos poemas que hace años eran de mis favoritos, las cosas han cambiado, hoy trancribo estos versos y siento algo de verguenza, casi como leer un best seller o escribir usando lugares comunes, pero en este momento no importa. Se siente bien y eso al menos por ahora, es suficiente.


HORAL ( jaime Sabines)


El mar se mide por olas.

El cielo por alas,

Nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,

el agua en los ojos,

nosotros en nada.
Parece que sales y soles,

nosotros y nada...





Poema 20 (Pablo Neruda)


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo.

Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo.

A lo lejos alguien canta.

A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

3/6/08

una confusion cotidiana




Kafka nubla, desespera, asquea, menoscaba la razon con una pica invisible, de inaudita crueldad e insistencia. Leerlo es meterse, no en camisa de once varas, si no en una camisa de infinitas varas, es saber con la primera frase que uno nunca terminara de leer ese libro, la imagen de Kafka se agigantara en nuestras mentes como una enfermedad, una que ya no para hasta consumir.

Esta es una muestra, un inicio para lo que no tiene final. Si estas palabras insiparan temor, mejor vaya a otro blog o comprese el nuevo TV y novelas.



Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en su casa de esa velocidad. Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Llega al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.
Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un momento. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.
A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Y ya había preguntado muchas veces si no había regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. Feliz de hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B -tal vez muy lejos ya, tal vez a su lado- que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.